Si bien en
las últimas décadas la población se ha vuelto más consciente de la importancia
de la inteligencia emocional, no siempre se acaba aplicando las habilidades
relacionadas con ella.
Entre
las más importantes tenemos la autorregulación emocional, fundamental para poder enfrentarse
de forma eficiente, socialmente no disruptiva ni individualmente perjudicial, a
todo tipo de situaciones que nos alteran anímicamente.
¿QUÉ ES LA
AUTORREGULACIÓN EMOCIONAL?
Se puede
entender como autorregulación emocional a la capacidad de manejo óptimo
de las emociones. Es decir, es un constructo englobado dentro de la
inteligencia emocional intrapersonal que nos permite transformar una vivencia
potencialmente estresante y emocionalmente alterante en algo que, aunque
continúe siendo desagradable, comprendemos que es pasajero, impersonal y
controlable. Tener buena autorregulación emocional implica ser capaz de
identificar aquello que nos sucede, monitorizar su progreso e intervenir sobre el
mismo para que acaba desapareciendo.
En base a
esta definición es comprensible la importancia de tener bien desarrollada esta
capacidad. Nos permite enfrentarnos a todo tipo de situaciones vitales
que queramos o no implican una serie de vivencias emocionales. Cuando nos
sucede algo tenemos un estado emocional previo y, en base a las características
de ese evento, nuestro estado puede cambiar de forma positiva o negativa.
No damos la
misma respuesta ante un mismo evento cuando estamos calmados que cuando estamos
enfadados. Si estamos bajo presión es previsible que demos una respuesta poco
eficiente, la cual nos frustrará y hará que suframos más ansiedad. En cambio,
si estamos más relajados es posible que pensemos de forma más fría, calculadora
y eficiente, dando una respuesta adaptativa al problema, sea cual sea.
La
autorregulación emocional implicaría que, aunque estuviéramos con un estado
anímico poco deseable para la situación en la que nos encontramos, supiéramos
cómo gestionar esta emocionalidad. Es decir, implica poder analizarse
uno mismo, disminuir el grado en el que los sentimientos nos producen altibajos
súbitos, y redirigir su energía hacia un objetivo más adaptativo. Por
ejemplo, si estamos enfadados, en vez de empezar a destrozar mobiliario urbano
una buena opción es canalizar esa energía y hacer un deporte mientras se está
en ese estado.
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